martes, 29 de noviembre de 2011

Mujer extranjera

Se quedó sentada en el banco viejo de madera, desgastado por  el sol y la lluvia. Los coches pasaban delante de ella, pero ninguno se percataba de aquella persona ausente del banco. No miraba nada y lo veía todo incluso más allá de lo que unos pequeños ojos podían alcanzar en ese momento.
 El sol que ya apenas calentaba le iluminaba la cara, haciéndola sentir mujer hermosa pero falta de risas. Aquellos labios doloridos a causa del frio , aquellos ojos verdes abiertos de par en par y aquel cabello recogido tímidamente en una cola delataban una espera que se hacía eterna cada tarde.  
Ella observaba discretamente los quinientos tipos de andares y los trece dialectos de aquel mundo que parecía lejano y desconocido, esperando ver aparecer aquella mano amiga de en sueño que la sacara a bailar el vals del otoño. Salpicándose -al bailar- de la vida que ella dislumbraba desde su pequeño banco  de madera.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Ahora...
Que las hojas marrones me recuerdan que llega el frío, me siento por momentos vacía.
Ahora...
que las gotas de mes de noviembre me hablan de habitaciones lejanas en las que una butaca observa que se hace tarde, me invade la nostalgia.
Ahora...
que la soledad es mi acompañante entre las luces de un bulevar, el silencio lleva tu nombre.
Ahora...
que el olor a lumbre invade mi calle , el vaho baila con mis palabras.
Ahora...
que la oscuridad de la tarde se lleva la suerte, la añoranza duerme en el otro lado de la cama.
Ahora...
que el rocío humedece el camino, los pies no quieren correr.
Ahora...
que las flores no hablan de primaveras, mis trazos ya no arropan tu presente.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Se cerró la puerta con cierto desaire, mientras las luces de ciudad enfocaban la tristeza que dibujaba mi cara.
Me quedé sola en una trinchera llena de promesas que no llegaron a ser nada. Decidí marchar para evitar cualquier rendición de alguien vencido y la autocompasión que llega después de cada lágrima.
Si hoy me pongo a buscar ya no queda nada de la persona del veintiséis de febrero, ni de la marca de tequila que me besaba la boca.
Así que apagué la luz de la clase donde me saqué el doctorado de besos y cicatrices entre las piernas y recogí los libros que ya no cuentan nada de cuerpos desnudos comiéndose a besos.
Y Aunque siento decir que no espero ningún regreso y que la indiferencia me da miedo, he aprendido a quererme algo sin piropos de albañil. Pensándolo después, sonrío más a menudo sin pedir perdón por las palabras que piensan mis labios.