Nos convertimos en ladrones de secretos, corrimos detrás de lo intangible para darle suelta a una imaginación desnuda. Decidimos ser buenos amantes del arte pero impresentables en salas de museo, no queríamos codearnos con hombres de traje gris.
Evitamos el cuestionar nuestra propia vida esperando alcanzar aquello que enterramos al cumplir trece años- cuando aún teníamos treinta y tres maneras de ver la realidad y reíamos sin taparnos las carcajadas-.
Aquella era nuestra manera de sentirnos libres, de vivir la cordura sin escuchar psicólogos ni libros que nos hablaran sobre qué es vivir.
No necesitábamos escuchar falsos profetas sentados en un parlamento, ellos eran solo la antítesis a nuestra realidad, a nuestra Felicidad.
Pero, al sentir nuestros pasos nos encerraron bajo miles de candados, incluso nos robaron las madrugadas esperando así maniatar nuestra libertad.
Preguntaron por el escondrijo de nuestra fe, pero ni tu ni yo supimos qué responder, no cabía física cuántica en nuestras palabras.