Todos los días la misma rutina, el sol salía y se ponía, cuando llovía se mojaba y al saltar caía.
Todo era distinto que al ayer. El mañana era de esperar que no ardiera, sin embargo cada mañana esperaba sacar el mechero para fumarse el tiempo a su salud.
Ya no tenía ganas de esperar ni correr, de coser su boca y romper el silencio. Simplemente esperaba de tarde en tarde en el burdel de la suerte.
Cambiaba días por lunas y pintaba cruces en el calendario. Renunció a su tiempo para vivir en el retrovisor de un coche sin frenos.
Rompió el pacto con su reloj de arena anunciando campanas de boda con el pasado, pero nunca nadie le dijo de qué color era el brillo de la ausencia, nunca se bañó en la misma playa que le hablaba su recuerdo.