Vestía las mañanas de farol y enmudecían los desayunos entre sorbos de café.
Besaba en francés a todo aquel que supiera templar su guitarra para más tarde recoger el carmín y marchar sin dejar nada más que el recuerdo en tonos magenta.
Evitaba las exigencias de los pasaportes firmando con pétalos de viento y regusto salado, era su forma de crear una brisa irracional que empañara los ojos de emociones frías.
Ella era alguien que se vestía y desvestía con los segundos y le gustaba descubrirse entre caminos y zapatos desgastados. Renunció a nunca jamás para ser quien ella realmente quería ser, lejos de convencionalismos y pactos inútiles con un pasado que no existía.
Por eso rompió con las gafas de sol que ocultaban la chispa que desprendían sus pupilas y aquellos contratos que juraban silencios e hipocresías.