Se cerró la puerta con cierto desaire, mientras las luces de ciudad enfocaban la tristeza que dibujaba mi cara.
Me quedé sola en una trinchera llena de promesas que no llegaron a ser nada. Decidí marchar para evitar cualquier rendición de alguien vencido y la autocompasión que llega después de cada lágrima.
Así que apagué la luz de la clase donde me saqué el doctorado de besos y cicatrices entre las piernas y recogí los libros que ya no cuentan nada de cuerpos desnudos comiéndose a besos.
Y Aunque siento decir que no espero ningún regreso y que la indiferencia me da miedo, he aprendido a quererme algo sin piropos de albañil. Pensándolo después, sonrío más a menudo sin pedir perdón por las palabras que piensan mis labios.