miércoles, 9 de noviembre de 2011

Se cerró la puerta con cierto desaire, mientras las luces de ciudad enfocaban la tristeza que dibujaba mi cara.
Me quedé sola en una trinchera llena de promesas que no llegaron a ser nada. Decidí marchar para evitar cualquier rendición de alguien vencido y la autocompasión que llega después de cada lágrima.
Si hoy me pongo a buscar ya no queda nada de la persona del veintiséis de febrero, ni de la marca de tequila que me besaba la boca.
Así que apagué la luz de la clase donde me saqué el doctorado de besos y cicatrices entre las piernas y recogí los libros que ya no cuentan nada de cuerpos desnudos comiéndose a besos.
Y Aunque siento decir que no espero ningún regreso y que la indiferencia me da miedo, he aprendido a quererme algo sin piropos de albañil. Pensándolo después, sonrío más a menudo sin pedir perdón por las palabras que piensan mis labios.