Bailó para mí una noche, saboreé
todo aquello que tenía por ofrecerme, su cuerpo grácil, su mirada opaca y cada
uno de sus movimientos.
Ella, amargo cisne, aprisionó cada uno de mis pensamientos.
Me volví cautivo de su esencia, de todo aquel dolor que rezumaba al
bailar.
Era puro llanto y desasosiego, era todo aquello que
jamás podrían inmortalizar mis letras. Era metáfora pura.
Sus pies eran delicados, sus brazos apasionados, su
rostro incierto, su cintura frágil... contaminó mi aire. ¡Me embriagó por
completo toda aquella perfección hecha movimiento! hasta tal punto que se llevó
mi alma ebria, dejándome más tarde bajo la almohada el recuerdo de su ausencia.
De todo su amor efímero tatuado en mis versos.