miércoles, 8 de febrero de 2012

A veces la tortuga vence a la liebre...

Le era fácil ser negociante de pateras, traficante de tristezas y notario de ilusiones.
Jugar con banderas que no entienden de países, esperar que la suerte fuera a buscarlo con un seguro de vida en la mano y demostrar que él nunca espera al tiempo - modificando los horarios del último tren-.
Pero entonces ocurre cuando sus ojos empañados de prisa ignoran lugares iluminados por las lágrimas de la luna. Cuando su alma guarda pasaportes para la siguiente vida y hace y deshace maletas con amores de repuesto, ignorando que olvidó vivir un tiempo que iba a paso de tortuga.
Por eso no me es complicado afirmar que la impaciencia lo dejó mudo y lleno de rabia, a expensas que las luces de neón le iluminaran la carretera que conecta sus pies con el cielo.