Se quedó sentada en el banco viejo de madera, desgastado por el sol y la lluvia. Los coches pasaban delante de ella, pero ninguno se percataba de aquella persona ausente del banco. No miraba nada y lo veía todo incluso más allá de lo que unos pequeños ojos podían alcanzar en ese momento.
El sol que ya apenas calentaba le iluminaba la cara, haciéndola sentir mujer hermosa pero falta de risas. Aquellos labios doloridos a causa del frio , aquellos ojos verdes abiertos de par en par y aquel cabello recogido tímidamente en una cola delataban una espera que se hacía eterna cada tarde.
Ella observaba discretamente los quinientos tipos de andares y los trece dialectos de aquel mundo que parecía lejano y desconocido, esperando ver aparecer aquella mano amiga de en sueño que la sacara a bailar el vals del otoño. Salpicándose -al bailar- de la vida que ella dislumbraba desde su pequeño banco de madera.
Ella observaba discretamente los quinientos tipos de andares y los trece dialectos de aquel mundo que parecía lejano y desconocido, esperando ver aparecer aquella mano amiga de en sueño que la sacara a bailar el vals del otoño. Salpicándose -al bailar- de la vida que ella dislumbraba desde su pequeño banco de madera.