El reloj dejó de ser indiferente para advertirme que empezaban las obligaciones y los documentos.
Ni siquiera mi reflejo preguntó mi opinión, simplemente el tiempo decidió que era momento de crecer. Esperó dieciocho años para sacarme a bailar con los brazos de la vida, en un baile de mascaras y futuros inciertos.
El disparo anunció que empezaban los cambios, las ganas de hablar y los planes patas arriba. Era el momento de las equivocaciones sin equación y el derrumbamiento de seguridades. Ahora empiezan los guiones sin dueño y mi foto en el calendario.